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Nov, 2024.- La alegría de los carnavales nueviteros el 25 de noviembre de 2016 se ensombreció de repente, eran pasadas las 10 de la noche y el general de ejército Raúl Castro Ruz anunciaba en televisión nacional la triste noticia, Fidel había muerto.

Recuerdo primero la incredulidad, ¿muerto? ¡Un gigante como él, inmortal! Luego la realidad caló poco a poco e hizo aparecer el dolor, un ardor en el alma por la certeza de su partida física, por los sueños de abrazarlo sin cumplir, por el temor a echar a andar con pies propios sin su guía, siempre certera.

Las lágrimas no demoraron en aparecer cual torrente incontenible, como cuando se llora la muerte de un ser querido muy cercano, porque Fidel era eso, era, y es aún, un padre para muchos.

Recuerdo el nudo en la garganta que me impidió grabar en voz propia los sentimientos del momento, y la tristeza que se advertía en las palabras de la amiga que asumió tal reto.

Era el 25 de noviembre de 2016, y si antes la fecha era significativa para los cubanos porque ese día del año 1956 partía de Tuxpan, México, el Yate Granma en su odisea libertaria, ahora la efeméride que marcaría pauta en la historia de la isla antillana sería la despedida del Caguairán.

Sí, lloramos, mucho, pero no por creernos perdidos sin su presencia física o por sentir su pérdida como algo irreparable en el devenir de la Revolución.

Lloramos porque la muerte siempre cala hondo en aquellos que aman, y porque siempre se extraña el cariño y la guía de un padre.

Pero Cuba hoy, ocho años después, no llora, recuerda, homenajea, revive la figura de Fidel Castro, su grandeza y significación histórica.

Este 25 de noviembre se convierte entonces en una fecha para sentirlo presente y notar su mano poderosa liderando las nuevas batallas por venir, porque Fidel vive, camina junto a nosotros y nos guía rumbo a un mañana mejor.

 

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