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May, 2024.- Hoy cayó de su cabalgadura, abatido por las balas enemigas, el líder del Partido Revolucionario Cubano (PRC), el que supo ganarse la confianza de los patriotas.

La muerte de José Martí el 19 de mayo de 1895 fue, sin duda alguna, una tragedia para la Guerra del '95 en el siglo XlX.

Una pérdida irreparable, y más en los inicios de la contienda por la independencia cuando, en su condición de Delegado del PRC se proponía, junto a Máximo Gómez, llegar a Camagüey y formar la dirección de la revolución dentro del país hasta la expulsión de la metrópoli.

El proceso hacia la independencia y la república nueva ya estaba en marcha y ganaba fuerza por día, mas era imprescindible darle forma desde la marcha bélica.

Tales elevados objetivos que traspasaban la frontera cubana requerían de su presencia, de su capacidad unificadora para con los que seguían su liderazgo desde el PRC, y por saber involucrar a la mayoría de los principales jefes militares de la Guerra de los Diez Años.

Algunos intelectuales que estudiaron su obra y otros con quienes mantuvo contacto personal llegaron a objetar su presencia en el campo de batalla, al no considerarlo un hombre de armas. No son pocas las personas que se preguntan por qué Martí se empeñó en participar aquel fatídico encuentro de Dos Ríos.

Tal preocupación se asenta en opiniones con bases falsas, como que no sabía montar a caballo o que no tenía conocimiento de armas. Sin embargo, la explicación más disparatada es que el Apóstol de la independencia national buscó la muerte a conciencia. Solo quien no comprenda el carácter martiano puede afirmarlo.

Todos los que trataron a Martí desde mucho antes han reiterado, por una parte, que aún en los momentos más difíciles de las preparaciones de la guerra no se dejó aplastar por las dificultades.

Basta con apreciar su reacción ante el desastre de Fernandina, cuando, con toda probabilidad a causa de una traición, las autoridades estadounidenses decomisaron las armas y los tres barcos que debían traer a los jefes militares.

Luego de un primer y muy lógico momento de desesperación, en que Martí repitió que él no era responsable por lo sucedido, en ese mismo día se recuperó y comenzó a idear planes y a tomar decisiones para ponerlos en práctica a fin de continuar en los preparativos insurreccionales.

Sus principales allegados quedaron sorprendidos ante la magnitud del esfuerzo organizativo desplegado con absoluta discreción por el Delegado.

Así pues, el prestigio de Martí quedó aumentado en aquel triste momento que obligó a ajustar los planes acordados.

¿Cómo entonces pensar en que Martí era hombre de dejarse aplastar por las dificultades, de que iba a entregar tontamente su vida, tan necesaria ya en Cuba, en aquellos momentos iniciales?

Él sabía perfectamente que junto a los encuentros armados había que establecer cómo se iba a dirigir esa pelea, los modos en que los patriotas en armas se organizarían.

No hay elemento real alguno que permita afirmar que Martí no deseaba la vida ¿Acaso podía ser un suicida quien el día antes de su muerte había iniciado una carta a su amigo mexicano Manuel Mercado en la cual revelaba con claridad total los hondos objetivos históricos y geopolíticos que le animaban?

¿Quién tenía semejantes planes podía tener la absurda y cobarde vocación de regalar su vida? Pues no, y ha quedado más que demostrado a lo largo de la historia, ha quedado plasmado en cada libro y cada obra su ímpetu y sus ansias de liberación.

Su partida física fue una gran pérdida para el pueblo cubano, pero legó lo más alto del pensamiento humano, ideales que ni con el pasar del tiempo serán borrados.

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