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Dic, 2021.- Olvidados en una esquina, desterrados al rincón más sucio y oscuro como algo inservible o inútil esperan los pomos de agua jabonosa y solución clorada en las entradas de instituciones y entidades de comercio y prestación de servicios en Nuevitas. Ante ese desprecio nadie diría que aún hoy son los mejores aliados para evitar la COVID-19.

Y es que, a pesar del tránsito hacia una nueva normalidad para encausar la vida económica y social del país, el nuevo coronavirus sigue siendo una amenaza para la salud.

Si a ello sumamos la aparición de ómicron, la nueva variante del virus, incluso más contagiosa que la delta, entonces sin dudas se trata de un tema sobre el que urge repensar las conductas.

No por gusto muchos pronostican otro pico de la enfermedad, una predicción que podría hacerse realidad si continúan indisciplinas como el mal uso del nasobuco y el ya planteado desprecio al empleo de las soluciones desinfectantes.

Los culpables de dicho olvido somos todos, desde el individuo que entra al centro laboral sin percatarse de ese paso obligatorio, el que cumple pero no llama la atención al irresponsable, hasta los administrativos que permiten se propague la indisciplina sin adoptar medidas.

Y más lamentable es ver cómo se repite dicha situación, incluso en instituciones de salud, las que deberían dar el ejemplo en el enfrentamiento a la pandemia; aunque debo reconocer la exigencia en el lavado de manos de quien custodiaba la puerta del policlínico Francisco Peña Peña la pasada semana, una diligencia que espero sea la regla y no la excepción.

Desde hace casi dos años el SARS-CoV-2 nos obligó a acoger nuevos códigos de vida, las sonrisas quedaron ocultas tras la mascarilla, dijimos adiós a besos y abrazos, a visitas y reuniones familiares, y muchos nos obsesionamos con el lavado de manos y la limpieza de superficies.

Pero tanto tiempo de limitaciones ha pasado factura a algunos, que ya se muestran cansados y hasta desechan cualquier acción preventiva.

Escenas comunes a diario en las calles nueviteras como el desfile de narices al aire libre, el toqueteo incontrolable de nasobucos, la mala costumbre de bajarlos para hablar, como si en ese breve instante no existiera peligro de infección, destacan entre los horrores más comunes que pudieran acarrear complicaciones en la situación epidemiológica local.

Los altos índices de inmunización que muestra Cuba hoy y el inicio de la campaña para la aplicación de una dosis de refuerzo de los inmunógenos antiCOVID-19, no son suficiente garantía, si bien constituyen un aliciente para la población al elevar los niveles de respuesta del organismo.

La prevención continúa siendo entonces la principal arma frente a un enemigo que se niega a dejarnos tranquilos, pero contra el que no podemos cansarnos de luchar para disfrutar mañana sin miedos del abrazo familiar y el beso cariñoso de los seres queridos.

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