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Dic, 2021.- Hace poco encontré un meme en las redes sociales que hacía referencia a Moscú como la nueva capital de todos los cubanos.

La comparación, más que despertar risas, estimula al análisis de un tema antiguo, pero muy actual, que cada vez más crece en complejidad y alcance: la migración.

En los últimos tiempos Cuba ha sido un hervidero de deseosos por escapar de las fronteras nacionales en busca del sueño americano que por décadas nos vende la industria cultural y que fomentan las continuas administraciones de la Casa Blanca con sus políticas selectivas al potenciar la migración irregular.

Las limitaciones económicas del país y sus efectos en el ámbito doméstico constituyen la principal causa del afán de algunos por poner pies en polvorosa, sin importarles arriesgar la propia vida o las penurias y dificultades que suponga esa empresa, casi siempre ilegal.

El pasado fin de semana medios nacionales anunciaban otro hecho lamentable originado por el incumplimiento por parte de Estados Unidos de los acuerdos migratorios establecidos, se trata del naufragio de una embarcación sobrecargada de personas que, en condiciones hidrometeorológicas adversas, llevaba a un grupo de ciudadanos, entre ellos dos menores, hacia la supuesta bendición de las costas de la nación norteña.

En dicho suceso fallecieron al menos dos individuos, que vienen a engrosar la larga lista de la Parca en su recolección de almas en ese tramo de 90 millas que sigue cosechando las víctimas de un sueño de abundancia.

En esa búsqueda de la felicidad los cubanos modernizan sus rutas de escape, ya no acuden solo a las lanchas y las balsas rústicas, ahora las esperanzas viajan en avión hacia países como Nicaragua o Rusia, a partir de los que emprenden una peregrinación frontera a frontera, que tiene como fin último llegar al anhelado Estados Unidos.

Y su elección no es casual, por supuesto, se debe al incentivo que por años hece ese país a la migración irregular e ilegal a través de la adopción de medidas como la política de pies secos, pies mojados, o las facilidades dadas por el Programa Cubano de Parole de Reunificación Familiar y la Ley de Ajuste Cubano. Vale preguntarse si el resto de la población inmigrante en la nación norteña es recibida con las mismas bondades. Por supuesto que no.

No por gusto la identificación de un cubano es tan preciada en la ruta centroamericana hacia “el dorado”, un camino plagado de días sin comer ni asearse, tránsito por selvas, cruce de ríos y el terror constante de ser asaltados.

Hay quien solo piensa en el resultado final de esa trayectoria sin calcular las pérdidas del presente, la familia que dejó atrás y el peligro para la vida.

Lo peor es que en ese afán por mejorar arrastran consigo a menores que apenas pueden opinar si están dispuestos a poner la existencia en riesgo.

Conozco personas que incluso enfermas se atreven a continuar la marcha forzosa de frontera en frontera hasta México, solo para estar a unos pasos de la añorada salida a sus problemas sin tener la oportunidad de saborearla porque las condiciones de salud llegaron a un punto de no retorno, y el único camino ahora es volver a casa en Cuba a descansar en paz con los suyos.

El problema de la migración está lleno de historias tristes que marcan a innumerables familias cubanas, y si bien otras pueden vociferar que es posible, lo cierto es que el riesgo resulta inmenso y valdría preguntarse si en verdad vale la pena.

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